Entusiasmos y desencantos de la digitalización
El cambio técnico es como un potro lleno de energía, si se le deja libre provocará grandes destrozos
RAFAEL RICOY
La llamada revolución digital vino acompañada del optimismo por su capacidad para contribuir no sólo al progreso material, sino también a una mayor emancipación personal y una mejor democracia. Sin embargo, ese entusiasmo ha dado paso al desencanto. Ahora es sinónimo de monopolios, grandes fortunas de muy pocos; elusión de impuesto; nuevas formas de explotación laboral y de la aparición de trabajadores pobres (a los que se les llama “colaboradores”, “autónomos”, “free lances”); astutas formas de invasión de nuestra privacidad y también de manipulación de la democracia.
¿Que ha ido mal con la digitalización para pasar de la utopía a la distopia? ¿Qué podemos hacer?
No es la primera vez que ocurre. Sucedió ya en los siglos XIX y XX con la primera revolución industrial. Las máquinas de hilar, la máquina de vapor, la telegrafía, la electricidad y el motor de gasolina generaron un sentimiento de progreso ilimitado y de “perfectibilidad” humana. Las máquinas iban a liberar a las personas del trabajo penoso. Eran sus nuevos brazos.
Después de los entusiasmos llegaron los desencantos: el uso de la tecnología por el poder político para nuevas y terroríficas guerras; los grandes monopolios que explotaban a los más débiles; la nueva aristocracia del dinero (“robber barons”); las desigualdades pavorosas; las nuevas formas de explotación de hombres, mujeres y niños. Extrema desigualdad y extrema pobreza. “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos”, con esta sentencia comienza la novela “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens, uno de los novelistas que mejor retrató aquella época.
El desencanto con la industrialización y el miedo al “paro tecnológico” dio lugar a variadas formas de rechazo. La quema de fábricas por los luditas, el anarquismo, la aparición de los sindicatos, los partidos de la clase media y obrera.
¿Qué falló? Esos rechazos eran la respuesta al “laisssez faire”, el dejar hacer, que dominó la primera etapa de la industrialización. La idea de que el cambio técnico traería por sí mismo, sin control político, el progreso social y moral. Algunos filósofos, desde David Hume y Adam Smith a Bertrand Rusell, habían advertido de esa perversión. Los efectos de la tecnología no están predeterminados. La tecnología es una herramienta que requiere un imperativo categórico, un sentido ético en su uso.
Finalmente, después de crisis económicas y grandes guerras, aparecieron políticas de control de los monopolios, leyes que obligaban a separar negocios, nuevos impuestos sobre las grandes fortunas y beneficios, leyes laborales y legalización de sindicatos para equilibrar el poder empresarial y lograr un verdadero “mercado” de trabajo, un nuevo Estado social. Y también una nueva ética empresarial. Se embridó el capitalismo del “laissez faire” y se logró reconciliar capitalismo competitivo con prosperidad inclusiva y progreso moral y político.
Ahora está ocurriendo lo mismo con la digitalización. Los entusiasmos iniciales tuvieron que ver con el glamour de una nueva cultura digital (en el sentido antropológico) muy sugestiva, pero embaucadora. Olvidamos que o pagas por los servicios que recibes y eres un cliente con derechos, o te transformas en mercancía para las tecnológicas, que utilizan tus datos privados para nuevas formas de manipulación. Han vuelto los monopolios, las grandes fortunas de unos pocos, la elusión de impuestos. Y ha vuelto el miedo al paro tecnológico.
Toda nueva tecnología tiene sus peligros. No hubo grandes naufragios hasta que se construyeron barcos. El automóvil provocó lesiones hasta que aparecieron los cinturones. La digitalización también trae accidentes. Como los nuevos “zombies” teléfónicos (“smombies”) caminando ensimismados por las calles. No tardaremos a ver señales de prohibición de uso de móviles en las aceras. Algunas ciudades chinas ya han comenzado a hacerlo.
Pero estos “accidentes” no deben frenar el cambio técnico. La digitalización en general y los robots inteligentes en particular traen una promesa de progreso. No es casualidad que sea en las sociedad más longevas (prefiero este término al de “envejecidas”) donde haya más robots. Para aprovechar las oportunidades es necesario ver la tecnología como una herramienta que es necesario saber utilizar con sentido ético por las empresas y con equidad por los gobiernos. Sólo así lograremos conciliar cambio técnico, economía inclusiva, sociedad decente y política democrática.
El cambio técnico es como un potro joven lleno de energía. Si se le deja libre producirá grandes destrozos. Pero si se le encincha y gobierna contribuirá de forma extraordinaria al progreso social. Hay que volver a tomar el control social y político de la tecnología. En este sentido, son francamente interesantes las propuestas surgidas en el debate norteamericano para las presidenciales de 2020. Iremos viendo.
Fuente: https://elpais.com/economia/2019/03/28/actualidad/1553769098_205814.html